
Sí, voy a hablar de fútbol. Más bien de futbolistas. Sé que están de moda pero esa no es razón para no hablar de lo mucho que me gusta un futbolista. Creo que en el físico de un futbolista se resume de forma compacta y contundente todo lo que me gusta de un hombre. Hay masculinidad, por tanto hay músculo; hay fortaleza, por tanto fuerza; virilidad, seguridad, chulería, pose, carisma… piernas bien desarrolladas, autenticas columnas dóricas, jónicas, corintias… Pero no los definiría como héroes griegos, más bien como legionarios romanos. No son cultos, ni filosóficos (salvo excepciones), pero sí disciplinados, con muchas ganas de aprender. Tremendamente humanos, pretenciosos, ambiciosos y exhibicionistas… Sus cuerpos despiden testosterona, su sudor provoca vicio y su esfuerzo morbo.
Pero no es todo esto lo único que me atrae de ellos… me tacharíais de frívolo y superficial. Hay algo más, algo que los hace irremediablemente irresistibles: su capacidad para transmitir y expresar con libertad absoluta todo tipo de sentimientos.
Son capaces de contagiarnos su miedo, la incertidumbre, la impotencia, el agotamiento, el deseo, la pasión, la ambición, la alegría, la felicidad sin límites, el dolor, la tristeza, la derrota, el triunfo… y no lo hacen de una forma somera, lo hacen sin miedo… se abrazan, se besan, se insultan, gritan, lloran, golpean con rabia el césped, se desnudan sudados, corren sin parar… y es toda ésta sobreactuación de sentimientos lo que los hace humanos. Y sabemos que no son actores, que lo que sienten es real ya que nosotros estamos experimentando esos mismos sentimientos en parecida escala.
Saben hacernos cómplices del dolor de una derrota, de su impotencia, de su desaliento… Tengo grabadas en la memoria imágenes de futbolistas que definen la palabra dolor: Luís Enrique ensangrentado, con la nariz rota y abrazado tiernamente por una abatido Guardiola… esa imagen es la Piedad más bella desde la de Miguel Ángel. Joaquín, tras perder en Korea, sólo en una ventana, mirando al infinito, perdido… sin entender el porque de una injusta derrota… tal y como estábamos todos.
Pero también nos hace cómplices de la felicidad plena… del orgasmo máximo con sus míticas celebraciones de cada gol, de cada victoria.

Los brazos en tensión, llenos de tatuajes, la mirada brillante, la sonrisa llena de vida, de Cannavaro levantando la copa del mundo… Se puede decir más en tampoco… La estupidez hermética de Raúl solo cobra vida cuando mete un gol o gana una liga…
Sin duda en mi vida… he soñado, he fantaseado, una y mil veces, que tenía tórridas y salvajes aventuras con hombres tan rudos, como frágiles … Imaginar que conocía alguno de estos futbolistas y vivía con ellos algo que, con tan sólo pensarlo, me hace subir la temperatura corporal y vital… Imaginar que un día camino por una playa de Santander y me cruzo con Pedro Munitis, me quedo mirándolo y él me sonríe y me somete salvajemente en una cala del cantábrico… o soñar que voy caminando por la Alfama, en Lisboa y le pregunto a un tipo por una calle, y resulta ser Luís Figo


