
En las calles, en los bares o restaurantes, en los andenes y vagones del metro, en los centros comerciales, en las tiendas de ropa o en las tiendas de barrios atendidas por chinos, en las discotecas, en el tren o en el cine, sentados detrás nuestra, hay otros que se cruzan, tan sólo unos segundos, unos minutos o como mucho unas horas, con nosotros. Otros que se alejan al momento de nuestras vidas, pero antes nos regalan, si prestamos un poco de atención, una ráfaga de las suyas. Una ráfaga que a veces es insustancial o cotidiana: “… mi madre me dijo” o “… y yo que sé… la culpa era de él” o “…Tú sabrás lo que haces…” Frases que podemos repetir diariamente a cualquiera de nuestros conocidos o ellos a nosotros.
Pero si un día, se nos olvida en casa el ipod o dejamos de prestarle atención a la última novela que nos ha recomendado una amiga o nos aburre el periódico gratuito que nos dan a la entrada del metro, y seguimos escuchando, con atención, a aquellos desconocidos que nos asaltan con sus palabras, podremos descubrir que sus vidas son de cine o son un interminable culebrón, que están llenas de literatura o de discursos asequibles de revistas del corazón, que su banda sonora vital es melodiosa o atonal. Y son algunos de esos vendavales los que nutren a posteriori los cines o las pantallas de plasma de nuestros hogares, los anaqueles de las librerías más elitistas o los estantes de los quioscos de barrio, los auditorios con la acústica más selecta o las pequeñas salas improvisadas donde se programan conciertos íntimos. Pero antes de llegar a esos lugares, dos vidas tuvieron que cruzarse por unos minutos. Una de ellas fue como la semilla que se dejó posar en la tierra fértil de la otra. Una hablaba y otra espiaba en silencio y luego regó con amor la semilla que le prestó sin saberlo el o la desconocida. Eso es la inspiración...y sólo eso…
Siempre existe una pequeña casualidad o causalidad, no importa cual de las dos, para que las musas te visiten. El otro día mi ipod deja de sonar en mitad de una ruidosa cafetería, llena de humo de cigarros, de voces desagradables y de luces crudas… mientras busco entre los 5000 temas uno acorde con mi estado de ánimo, distingo la voz de un chico que habla con un amigo. Dos adolescentes que no le corresponden a ese lugar… uno de ellos tiene una voz triste apesadumbrada y el otro lo escucha, y sus frases, a las replicas del joven triste, son de ánimo… intento saber que es lo que le pasa… empiezo a hacer cábalas: lo ha dejado la novia, ha discutido con sus padres… pero no, es algo más serio… hablan de alguien que no está, alguien que está mal… alguien que está siendo operada en esos momentos… la conversación va captando por segundos mi atención… imagino que es su madre o su hermana, ya que habla en femenino… pero de repente da un dato que me descuadra: “joder… no sé… como tiene tanto pelo… yo ni se la veía… como va siempre como una loca… le encanta restregarse con las plantas…” Sin duda no es una persona… y mi ipod deja de importarme. Su perrita, lleva con él desde que tenía 8 años y ahora tiene 16 ó 17, se la regalaron una noche de reyes… él le enseñó a mear a cagar en la calle, la ha lavado, duerme en su habitación, seguro que lo vio llegar borracho la primera vez en su vida, le ha contado sus más íntimos secretos… y el veterinario le ha dicho que la herida tiene muy mala pinta… tal vez tenga que cortarle la pierna… y el chico llora, más bien intenta no llorar y su amigo lo anima… y yo pago mi café, salgo de la cafetería, me pongo el ipod y me pongo a imaginar la vida de este chico con su perra, mientras camino en dirección a la estación de Santa Justa.
Me montó en el AVE dirección Madrid y leo un relato de John Berger, que cuenta la despedida de una madre y un hijo en Lisboa quince años después de haber muerto ella. Estoy inmerso en el mundo mágico de Berger y las voces de dos mujeres me asaltan desde los asientos de atrás. Estoy en la posición idónea para escuchar con descaro y no ser descubierto. Tengo curiosidad por verle los rostros, por saber sus edades pero prefiero no moverme para no levantar sospechas, no sea que dejen de hablar. Me imagino que tienen treinta y algo… clase media alta, universitarios, ya que una de ella es profesora en alguna universidad… la profesora le cuenta a su amiga, el extraño viaje que hizo en Semana Santa. Recibió la llamada del novio de un amigo suyo, que viven en París, para decirle que su amigo se había intentado suicidar y que lo sentía mucho pero él no se podía hacer cargo del suicida frustrado… y que no quería que llamara a su familia. La profesora no lo dudó y compró el primer billete de avión y se presentó en Paris. Allí descubrió toda la verdad. Su amigo, había estado viviendo en Colombia hasta hace unos meses, se enamoró de un alumno suyo de no más de 18 años y cuando se trasladó a París se lo trajo en el equipaje. El colombiano, cuando se vio en Paris, se fue olvidando del amigo de mi vecina del asiento de atrás del AVE, que también era profesor universitario, hasta que decidió romper con él. El catedrático no aceptó la decisión y se tomó, por accidente o no, un tarro de tranquilizantes… A estas alturas, el cuento que estaba leyendo había dejado de interesarme por unos minutos… pero la historia de mi vecina dio un tremendo giro… casi inexplicable… Mi vecina comenzó a hablar del colombiano y de lo amable que había sido con ella… como le había enseñado París mientras su amigo se recuperaba en el hospital primero y en su apartamento después. Mi vecina llegó a la conclusión que el colombiano no era nada gay… pero bueno, que algo tenía que hacer para salir de allí… era comprensible… quería estudiar… y ahora lo estaba haciendo en la Soborna… Su amigo necesitaba afectos y el colombiano un visado y el profesor se lo facilitó… pero por un visado no puedes estar toda la vida con alguien, concluyo mi vecina… y continuaron hablando de los bulevares de París y del barrio latino… la conversación dejó de interesarme y el libro de John Berger me sumergió en otra historia… de vez en cuando volvía a poner el oído… pero ahora hablaban de la feria y la lluvia… de esa forma me bajo en Madrid y olvido mirar hacía atrás. Nunca sabré como eran su verdaderos rostros… aunque yo ya le había puesto uno.
Al día siguiente me cruzo por la calle con un hombre y una mujer… yo estoy comprando el País, en mi quiosco habitual de la latina, ellos llegan a comprar su prensa y sólo pude captar una frase de su conversación, que escribo sin dudar en la solapa del periódico recién comprado: “ ¿Tú crees que es bueno que dé la vida por mí?” Esa pregunta, cuantas respuestas me deja sin contestar, cuantas historias por escribir, cuentas vidas sufridas por verter en paginas blancas del Word… Ese día cada vez que abro y cierro el diario me cruzo con la frase… y es gasolina para mi imaginario… Me cruzo con ella cuando miro la cartelera… decido ir a ver la nueva película de Isabel Coixet: “Elegy” que está basada en un libro de Philip Roth y que le ha servido al guionista, Nicolas Meyer, para hacer un guión lleno de sensibilidad, de vida, de personajes reales, de muerte, de dolor, de angustia, de belleza… que la Coixet ha sabido plasmar con un ofició único… dejando decir a sus actores, colocando la cámara a la altura de sus ojos, evitando el engaño y emocionándonos desde la verdad… esa verdad que cuando se percibe en el cine nos hace vibrar de emoción.
Cuando salgo del cine, volando de felicidad, empiezo a preguntarme en que momento Philip Roth o Nicolas Meyer o Isabel Coixet se cruzaron con esas ráfagas vitales que le inspiraron para hacer de la cotidianidad, arte… de la vida, Elegy.